En la ciudad de Alicante hay un lugar donde los animales salvajes de cualquier clase y procedencia tienen una segunda oportunidad. Todos ellos han sufrido maltrato, proceden del tráfico ilegal de especies, o iban a ser sacrificados por el cierre de las instalaciones zoológicas donde vivían. No es un zoo, y no está abierto al público. Se llama Centro de Rescate de Animales Salvajes 'El Roal', y funciona desde el año 2009 en terrenos de una finca de propiedad municipal. Los animales proceden de cualquier lugar de España.
Tigres, leones, pumas, linces, monos, lobos o reptiles son sólo algunas de las especies que han encontrado en Alicante un lugar de acogida. Su estancia es provisional porque el centro funciona como lugar de acogimiento de urgencia. Sólo se quedan hasta que la Fundación Internacional para la Protección de los Animales 'Raul Mérida' (FIPARM), adjudicataria de la gestión de las instalaciones, les busca una reserva o un centro adecuado donde reubicarlos definitivamente. No vale cualquier lugar. Tiene que ser un centro reconocido y que ofrezca buenas condiciones de vida a los animales.
Un centenar de especies conviven en estos momentos en las instalaciones de 'El Roal' y, según explica Raúl Mérida, presidente de FIPARM, cada una de ellas tiene tras de sí una historia sorprendente que contar. Es el caso, por ejemplo, de un tigre de Bengala que fue remitido al centro desde Barcelona. Vivía en un piso, y su propietario lo sacaba a pasear con una correa. No se trata de una anécdota aislada. Hace un tiempo tuvieron tres tigres que fueron hallados por el Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil (Seprona) en un vertedero de la Vega Baja, y un cachorro de león de tres meses que estaba a la venta en el mercadillo de un municipio también del sur de la provincia de Alicante. Todos ellos han sido ya recolocados.
Junto al tigre de Bengala, pero en un espacio propio, conviven seis leones. Cinco de ellos proceden de un circo y de un zoo, y el sexto fue llevado allí tras detectarse que lo tenía un particular en el garaje de su casa. Al acercarte a ellos rugen con fiereza, pero se acercan lentamente a la verja. Si te atreves a hacerlo, hasta se dejan acariciar. Están acostumbrados a los humanos. Raúl Mérida llama la atención sobre la dentadura de uno de ellos. La tiene completamente limada. «Le cortaron los dientes de pequeño para que la gente pudiera hacerse fotos con él sin correr ningún riesgo. Se trata de un caso claro de maltrato animal», relata. En la misma zona se encuentra una pareja de pumas, diez linces boreales y un lobo ibérico que iba a ser sacrificado por el cierre de un parque zoológico en Requena.
Tráfico de monos
En otra zona del recinto se encuentra el área de primates. La comparten especies de varias clases, aunque el tráfico ilegal de animales salvajes se ceba, especialmente, con los monos de Gibraltar. «Hay mucho tráfico de este tipo de primates. Los compran en el Norte de África por 3 ó 4 euros y luego los venden en España por 3.000», asegura Raúl Mérida. Según denuncia, los adquieren cuando aún son crías, los meten dentro de calcetines y los transportan en el interior de una mochila. Así logran meter en el país entre ocho y diez monos por mochila, aunque de cada diez sólo logran sobrevivir dos o tres. El resto llega muerto por asfixia. «Aún así les es muy rentable porque han pagado muy poco por ellos y el beneficio económico que van a sacar sigue siendo grande», afirma Raúl Mérida. El mes pasado su Fundación logró reubicar 14 monos de Gibraltar en una reserva de Sevilla.
Otro grupo de monos presente en las instalaciones de 'El Roal' proceden de un proyecto de investigación de escaso fundamento que utilizaban los monos para hacer experimentos con su columna vertebral. Según relata Raúl Mérida, un juez paralizó los trabajos y sancionó a los investigadores.
Por 'El Roal' pasan especies de cualquier lugar del globo. Tras las vallas, sus moradores te siguen con los ojos. Muchas veces no sabes qué tipo de animal cruza contigo la mirada porque no son muy conocidos. Es el caso del cercopithecus, un pequeño primate africano de movimientos rítmicos y desafiantes que suele vivir en la sabana, o el kinkajou, una especie exótica originaria de la selva amazónica. El ejemplar de 'El Roal' llegó hasta allí después de ser localizado deambulando, muy lejos de su hábitat, por las calles del centro de la ciudad de Alicante. Según Raúl Mérida, se ha puesto de moda su adquisición desde que la modelo París Hilton lo exhibió como mascota. Nadie denunció su pérdida, seguramente porque su propietario era sabedor de la ilegalidad de su tráfico. Cerca del kinkajou hay mapaches. Su venta estaba autorizada hasta hace unos años, pero finalmente se prohibió porque se detectó que proliferaban en los parques naturales como consecuencia de fugas o abandonos, y su presencia entraba en colisión con otras especies autóctonas.
Estufas y cortinas
En otro lugar del recinto se encuentran hibernando los reptiles. Se han aprovechado las instalaciones de la antigua perrera municipal para habilitar espacios donde estos animales puedan pasar el invierno y soportar mejor las bajas temperaturas. Cuatro pitones, entre otras serpientes, tortugas en peligro de extinción, o un varano, el lagarto de mayor tamaño del mundo originario de Indonesia, dormitan entre mantas eléctricas, estufas y focos de calor para sobrevivir a unas condiciones ambientales muy diferentes a las de su hábitat natural. La mayoría de ellos son encontrados en calles y carreteras.
El silencio de los reptiles contrasta con el ruido del cercano aviario. Dos guacamayos de vistoso colores acaparan el protagonismo. Se agarran a la verja con sus patas para ponerse a la altura de quienes las personas que los contemplan. Uno de ellos dice un «Hola» con tanta claridad que si estás de espaldas crees que quien saluda es una persona. También arrastran una triste historia. Raúl Mérida relata que fueron decomisados en una doble operación de tráfico ilegal de especies y de tráfico de drogas. Por las noches, cubren el aviario con una malla verde que actúa de cortina y les protege del frío.
Los vecinos de los chalets colindantes conviven bien con los moradores del Centro de Rescate. Hay quien, incluso, según relata Raúl Mérida, afirma sentirse afortunado por poder escuchar, cuando cae la noche, el aullido de un lobo.
Fuente: lasprovincias.es
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